jueves, 23 de abril de 2009

Argentinadas: las pinturas de guerra de Dubois

Por John Wyatt
Una historia así sólo podría acontecer en Argentina. Su particular forma de entender la vida y el fútbol hace brotar de la hierba anécdotas inverosímiles, visceralidades incomprensibles, teatralidad demagógica y personajes irrepetibles en las canchas de juego. Uno de los más extremos, uno de esos casos que uno se llevaría a una isla desierta, es el de Darío Dubois, un central con el pelo largo, no demasiado alto, ni demasiado fuerte, ni demasiado rápido, pero tan grillado como para maquillarse la cara al estilo Kiss (aquel grupo metalero de payasos oscuros y guitarras con forma de rayo) y encima presumir de ello. Si alguien le preguntaba cómo se definía, él lo tenía claro: “Soy un laburante del fútbol".

El zaguero central, un trotamundos que peregrinó por los equipos Yupanqui, Lugano, Ferro Carril Midland, Deportivo Laferrere, Deportivo Riestra, Cañuelas, Deportivo Paraguayo y Victoriano Arenas, entre otros, encontró la muerte joven, como muchos de sus héroes rockeros. A los 37 años de edad (ahora se cumple un año de su fallecimiento) dos tipos le dispararon varios tiros a la salida de una sala de conciertos de la localidad de Isidro Casanova, donde el fulano sobrevivía haciendo horas como técnico de sonido y montador de conciertos. La Policía no se pone de acuerdo sobre las razones del ataque. Como no tenía un duro, la teoría del robo se diluye y gana fuerza la más que probable venganza de un marido cornudo.

Nunca jugó en un grande. Lo suyo eran los conjuntos que viven al filo, esos que suben y bajan año tras año, los llamados equipos ascensor. Se sabía un jugador del montón, por eso quiso destacar, llamar la atención de los rivales, meterles miedo. Un día de clásico entre el Midland y Argentino de Merlo se le ocurrió, escuchando a Kiss, una de sus bandas favoritas, pintarse la cara como su cantante. Un periodista le preguntó al final del partido qué opinaban sus compañeros de eso de maquillarse: “Ellos lo toman con humor. En cambio, los rivales me deliran a dos manos. Algunos hasta se asustan. A mi me da polenta. Te pintás, salís para guerrear y los matás a los rivales”. Como el partido lo ganaron, le cogió gusto y repitió varias semanas hasta que se lo prohibieron.

Se trata de una argentinada, sí, pero de las gordas. El tipo, en su locura, no era ningún impostor. Como los equipos para los que jugaba estaban tiesos y no siempre cobraba, el se tapaba la publicidad de la camiseta con cinta negra hasta que no veía la guita. Y hay que reconocer que daba titulares. Esta entrevista la publicó en el Diario Olé de Buenos Aires:

-¿No te gusta el fútbol?
-No me gusta jugar. Lo hago porque es muy competitivo y me entreno mucho. No como carne roja, no fumo, no tomo alcohol ni drogas. Nunca lo hice. Además, la poca plata que gano me ayuda. Mi posición económica es desastrosa.
-¿Y cuando dejes de jugar?
-Me gusta el golf, pero no tengo filo (se ríe). Vivo mi presente de músico (tiene una banda y toca en pubs) y futbolista. Si mañana tengo que trabajar de gay en un puterío, lo voy a hacer.
-¿Sos homosexual?
-Está abierto a que todos piensen lo que quieran. Yo sé muy bien lo que hago con mi cuerpo.
-¿Cómo te definirías?
-Un payaso que se pinta la cara, pero que se mata por la camiseta.

En su trayectoria, jalonada de anécdotas, destaca una: jugando en Belgrano contra Excursionistas el árbitro, que ya había expulsado a dos compañeros, le enseñó la segunda amarilla. Cuando echó mano al bolsillo y sacó la tarjeta, se le cayó un billete de 500 pesos. Dubois, creyéndose estafado por un colegiado que los estaba machacando, pensó que ese dinero había servido para comprar al de negro. Se agachó, cogió el billete y echó a correr. El árbitro, torpe y panzón, salió detrás de él. Al final tuvo mala conciencia y le devolvió la plata.

miércoles, 22 de abril de 2009

Sindelar y el regate a Hitler

Por Miguel Bujalance

Una secuencia que parece sacada de El tercer hombre. Viena, 29 de enero de 1939. Horas antes se habían encontrado los cuerpos sin vida de Camila Costagnola y Mathias Sindelar, la estrella del fútbol austriaco, en su apartamento. Antecedentes: La oposición al Anschluss -la anexión al Tercer Reich- y el desplante que el jugador infringió a los alemanes, al negarse a participar en el Mundial de 1938 con una selección conjunta, le habían granjeado muchos enemigos. ¿Suicidio o asesinato? Nadie lo sabe con certeza, porque los informes de la investigación se perderían durante la guerra, aunque la primera opción resulta la más probable.

En la escena, el alcalde de Viena y Gobrig, íntimo amigo del jugador, discuten sobre la necesidad de hacer un funeral de Estado al mejor futbolista del país. El alcalde se muestra temeroso, es consciente que el nuevo régimen niega la concesión de tal honor a los suicidas y a las víctimas de un crimen. Finalmente interviene el inspector de distrito, nazi convencido y a la vez admirador del hombre conocido como el Mozart del fútbol. Se compromete a cambiar el informe y certificar que la muerte se ha producido por intoxicación de monóxido de carbono debido a la mala combustión de la estufa.


El pacto se sella con un apretón de manos. Un día después, pese al miedo popular, 20.000 personas despiden en procesión el féretro de Mathias Sindelar. Ninguno de los asistentes sabe que en un informe de la Gestapo, el delantero aparece como "sujeto peligroso, de origen checo y ascendencia judía, además de simpatizante de la socialdemocracia". Sindelar logró en su carrera más de 600 goles con el Austria de Viena y lideró al Wunderteam (equipo maravilla) en el mundial de 1934, en el que serían derrotados por Italia en una polémica semifinal.

Su carisma social y la elegancia del juego que practicaba convirtieron al vienés en una de las primeras estrellas que ejerció como tal. Sus juergas eran famosas y su amor por un país que se evaporaba le hizo regatear al propio Hitler en un partido propagandístico. El nazismo preparaba su asalto al Mundial de 1938 tras su desastroso papel en los Juegos de Berlín. Sin embargo, Sindelar no perdonaría jamás el fin del Wunderteam y participó con Austria en un encuentro que debía demostrar que Alemania era un equipo superior. Tenía 35 años y su estado físico era lamentable.


Cuentan las crónicas que en el primer tiempo, Austria pudo golear y que Sindelar falló varias ocasiones claras. El partido se suponía amañado, pero Sindelar quería despedirse a su manera. En la segunda mitad, todo cambió. Sus regates ridiculizaron a la defensa germana e incluso se atrevió a marcar de vaselina. Pero su sentencia futbolística estaba sellada, cuando Austria marcó el segundo gol. Instantes después, Sindelar y un compañero comenzaron a bailar de alegría delante del palco de autoridades. Desde entonces, los halagos y los incentivos para jugar con Alemania se trasformaron en presiones, pero el hombre de papel, aquel ligero como el viento, no cedió.

sábado, 18 de abril de 2009

Mi padre desvirgó el Nou Camp

Por Lola Dirceu
Muchos, muchos años antes de que Alkorta enterrara su cadera en el Nou Camp por culpa de la cola de vaca de un tal Romario (¿recuerdan aquel 5-0 del año 1994?), un paraguayo convertía a los defensas en berbiquís humanos, centrifugados sobre su propio eje. Su borceguí libaba el cuero, lo adhería a los cordones y, de espaldas, meneaba 180 grados sus hombros y trazaba un semicírculo imaginario antes de salir zumbando: coxis, ilión y sacro de los centrales a hacer puñetas.

A aquel lance se le acuñó el tornillo, aunque nadie pueda colgar un video en YouTube con jugada tan primorosa y original. Una pena que la era digital no homenajee a su autor, Eulogio Martínez. Los foros globales no hablan de la innovación de Cokito, uno de sus apodos, sino de la virguería de Romario el revientapistas. ¿Qué comentarista deportivo hace una mera gracieta, un símil, un recuerdo para el Abrelatas en sus retransmisiones? Menudo bárbaro un tipo que le metió siete goles al Atletico en la temporada 56-57... ¡y le anularon otros dos en el mismo partido!

Pues esta bestia venida de Asunción, además, desvirgó las redes del Nou Camp. Fue el inmigrante que antes que nadie cortejó a esa portería catalana, mocita burguesa y de infinita línea de fondo, y no tardó en penetrar entre sus travesaños toda la rabia guaraní. ¿Conocen estos detalles algunos fachillas boixos que se ponían tras esa portería?

Profesor con sobrepeso

En verdad fue una mágica tarde nupcial aquel coito del 24 de septiembre de 1957. A las cinco y dieceseis minutos consumaba el matrimonio con su chicharro, anotado a una selección de Varsovia venida de comparsa. Del tirón, se inmortalizaba en los anales del barcelonismo. Dicen que a Cokito le dio tanta alegría mojar, que se quedó colgado de las mallas, agitándolas en éxtasis, como esas madres que enseñaban las sábanas ensangrentadas del tálamo poco después de que su yerno hubiese desflorado a la hija. Así la honra quedaba demostrada ante el vecindario.

Siete temporadas estuvo en el Barça, dos en el Elche, una en el Atleti y otra en el desaparecido Europa. Vistió la camiseta de la selección de Paraguay y le dio tiempo a defender los colores de la España ¡¡del águila en el pecho!! en el Mundial de Chile 1962. Se retiró en el Calella, un modesto club en los sótanos de la Tercera catalana. Luego quiso montar un hotel y le hicieron la pirula con la pasta; fue un profesor de gimnasia con sobrepeso; trató, sin suerte, de meterse a intermediario de futbolistas, y acabó, gracias al presidente del Calella, regentando un bar, tras mil gambeteos económicos.

Su suerte se terminó de apagar en octubre de 1984. Tuvo un accidente de tráfico en el arcén de la autopista A-7 a la altura del km 204. Pinchó, y al tratar de cambiar la rueda, otro automóvil le arrolló. Pasó dos semanas en coma. Le enterraron multitudinariamente en Montjuic y allí reposa su osamenta de crack.

Uno de sus hijos, Julio César, bendito currante del vending de las máquinas de los bares, mantiene vivo el recuerdo paterno como vicepresidente del fútbol base de la penya calellense y alentador del Memorial Eulogio Martínez en el campo de La Muntanyeta. "El mejor amigo de mi padre fue Gustavo Biosca", me comentaba hace tiempo. Sí, Biosca, desgraciadamente más conocido por su romance con Lola Flores que por ser uno de los mejores centrales culés de la historia.

Si este año los jugadores del Barça ganan la Copa de Europa, que se besen, que den el morro como en aquella fiesta etílica ya hicieran Koeman y Stoitchkov tras el orgasmo de Wembley 92.

Pero los besos culés, en honor de Eulogio Martínez, mejor de tornillo que de vaca, por favor.

martes, 14 de abril de 2009

La batalla de Inglaterra: nazis en el Londres judío

Por Miguel Bujalance
El estadio del Tottenham Hotspur no sólo representaba a un club de gran solera en el fútbol británico, sino que además era el corpus deportivo de la comunidad judía. Fundado por estudiantes hebreos en 1882, los Spurs que deslumbrarían en los 60 con el passing game eran el escudo antisemita de un colectivo que vivía marginado en el deporte británico. La afrenta era mayor si se tiene en cuenta que tres meses antes del partido, el régimen nazi aprobaba en Nuremberg sus leyes raciales. Este enfrentamiento se puede considerar como uno de los primeros catalogados oficialmente como de alto riesgo.

La popularidad de Hitler en un pequeño reducto de la sociedad había desarrollado un notable germen fascista -que fue eliminado al inicio de la II Guerra Mundial- en Gran Bretaña. El gobierno puso todos los medios policiales necesarios para evitar manifestaciones filonazis. Por allí andaría Oswald Mosley, lider del fascismo inglés (no consta que aprobara desde el cementerio el vídeo a lo Leni Riefenstahl que realizó el año pasado su hijo Max, boss de la Fórmula 1, con varias prostitutas de fustas intermitentes), pero finalmente el encuentro se desarrolló sin incidentes con una clara victora local por 3 a 0.

Estadistas y diplomáticos humillarían de nuevo a su brillante selección tres años más tarde. Ante el miedo al rearme alemán, la anexión de Austria y la tensión en los Sudetes, se decidió jugar un partido de revancha en Berlín. Los ingleses fueron obligados a hacer el saludo nazi antes del pitido inical. El espíritu indecoroso de White Hart Lane ante un régimen que había desarbolado a una brillante generación de jugadores y periodistas deportivos de origen judío se reforzaba. Puede decirse que la guerra realmente se inició el 14 de mayo de 1938 ante más de 100.000 espectadores en el estadio olímpico.

Liderada por el gran Stanley Mathews, Inglaterra le metió seis goles a Alemania. La batalla de Inglaterra había comenzado. Por cierto, Mathews se alistaría un año después en la RAF, la fuerza aérea que dentendría la invasión alemana. Sesenta años despues, la cicatriz volvía a arder cuando durante un partido el portero australiano Mark Bosnich (Aston Villa), polémico por su verborrea de extrema derecha, saludó a los hinchas del Tottenham con la palma hitleriana.

Boban: la patada que incendió los Balcanes

martes, 7 de abril de 2009

Sólo puede quedar uno, y es Rodrigo

Por Paco Calvo
Si sólo puede quedar uno, ése es Rodrigo García Vizoso, el Christopher Lambert de esta historia. No es inmortal, pero acaba de cumplir 100 años. Descubrió a Luis Suárez. Entrenó a Arsenio, y por defenderle le echaron del Depor. Cena todos los días "un chorizo y una manzana". Pero la noticia es otra: bajo esa apariencia de Pepe Isbert galaico, tras ese rostro arrugado como una pasa, Rodrigo es el único tatarabuelo de la Liga.

La única persona viva que jugó el primer campeonato, en 1928. De portero. En el Dépor. Ahora están Messi, Casillas y demás. De los Messis de entonces, los del balón de correa y las casacas de atar, sólo queda uno: Rodrigo.

No se aleja de su bastón ni a tiros. No deja que le hagan las faenas del hogar: "Lo hago yo". No lleva móvil. Pero si llamas al Restaurante Los Ángeles (981 211 419), en el coruñés paseo de Orillamar, seguro que lo pescas. Pregunta allí por Manolete, un amigo suyo que también jugó en el Deportivo, y que preside el modesto Orillamar S.D. Manolete es algo así como el jefe de prensa de Rodrigo, un simpático vejete muy conocido en Coruña.

Su madre era cigarrera, su padre carpintero. Él empezó a trabajar de cerrajero. Eso fue al terminar la Primera Guerra Mundial. Hasta que a los 18 años entró en el Dépor, de portero suplente. Los campos eran barrizales, la correa del balón casi una navaja, pero Rodrigo no se arredraba. 76 paradas le llegó a hacer al Real Madrid en la final de la Copa de España de 1932, juran las crónicas. Quizás por eso le fichó el Madrid dos años después, para suplente del mítico Ricardo Zamora. Y de ahí al Granada, y...

Y la Guerra: 34 meses en el frente. Después, entre la miseria, se empleó en una fábrica de armas, y acabó convirtiendo el equipo de la fábrica en el Deportivo Juvenil. Años después entrenó al Dépor en Primera, guerreó por Arsenio, se topó con Luis Suárez y bla, bla, bla...

¿Es el fútbol actual el mismo deporte al que jugó este carcamal de la imagen? Pero es que... ¿es la vida la misma que vivió Rodrigo García Vizoso? Él, por si acaso, sigue sin subir ni bajar la escalera.