miércoles, 27 de enero de 2010
Cuando las chicas salvaron el fútbol
lunes, 18 de enero de 2010
"¡Joder, no veas cómo me lo he pasado!"
El prestigioso diario The Guardian se puso recientemente a recopilar las mejores fotos de la historia del deporte y, una vez elegidas, preguntó a sus lectores por internet sobre sus preferencias. La número uno, sorprendentemente, no muestra un récord olímpico, ni un gol legendario, ni siquiera un alegato a la superación y a la deportividad. Los lectores de The Guardian eligieron una instantánea, ya mítica en los territorios de la rubia Albión, en la que Terry Butcher, capitán inglés, sale del campo como si regresara de combatir en El Alamein.
Butcher sigue dolido desde el momento en el que, después del encuentro y camino ya del control antidopaje, se cruzó con 'El Pelusa': "¿Cabeza o mano?", preguntó Butcher. "Cabeza", respondió el 10.
¿Y la foto? Ah, la foto. Fue en 1989, en la clasificación para el Mundial de Italia 90. Se jugaba el pase Inglaterra en campo suizo y sólo le valía la victoria. En uno de los primeros lances, un contrario (Ekstrom) le pegó un codazo y le abrió una gran brecha en la frente.
Cualquier otro jugador hubiera dejado el campo, pero él decidió seguir pese al mareo que le produjo el golpe. El fisio le vendó lo mejor que supo. Ya en la segunda parte, cuando los suecos se pusieron a colgar balones al área, a Butcher se le abrió la brecha y comenzó a sangrar a borbotones. Perdió más sangre que toda la que Iniesta tiene en su cuerpo. Fue la única vez que un jugador inglés jugó de rojiblanco. A pesar de todo, no claudicó.
Con la lluvia y el barro, aquel balón impactó una y otra vez en la cabeza de Butcher como un ariete, pero El Carnicero aguantó, Inglaterra ganó y su imagen ("Sangre, sudor y lágrimas" tituló el Times al día siguiente) dio la vuelta al mundo.Acabó sin saber donde estaba, completamente groggy y con la camiseta roja de sangre. Un periodista le preguntó que tal estaba: "Joder, no veas lo bien que me lo he pasado".
lunes, 11 de enero de 2010
Camus, ese futbolista frustrado
Nacido en un barrio humilde de Argel, el joven Albert se educó en el fútbol de la calle, aquel juego de gladiadores de pelotas de trapo, patadas en la espinilla y equipos mestizos formados por hijos de colonos árabes, franceses, españoles, napolitanos y judíos.. "Pronto aprendí que la pelota nunca viene por donde uno espera que venga" declararía en su época de mayor éxito, ya consagrado como escritor y filósofo, y a punto de convertirse en uno de los autores más jóvenes galardonados con el Nobel de Literatura. Del club deportivo Montpensier pasó al Racing Universitario de Argel (R.U.A.), equipo en el que jugó de portero y, algunas veces, de delantero centro que marcaría para siempre su memoria sentimental. Su cariño hizo que siempre simpatizara con los otros Racing que se encontró en su vida, tanto el de París como el natural de Avellaneda, en Argentina.
Las crónicas argelinas recuerdan a Camus como un buen futbolista. Valiente en su reconocimiento hacia un deporte que le dio tanto, acuñó públicamente su pensamiento en una célebre frase que escandalizó a la intelectualidad francesa, tan intensa como chauvinista, de la época: "Todo lo que sé de moralidad y de las obligaciones de los hombres, se lo debo la fútbol". El autor de El extranjero, rival intelectual de Sartre al que ha superado con el paso del tiempo, era bueno en el pase corto y el regate.
Uno de sus más destacados biógrafos, H. R. Lottman, cuenta que en el recreo se dividían para jugar y, muchas veces, Camus era nombrado capitán por sus compañeros. Según contó años después, en esas pachangas aprendió lo que era la lealtad. En su novela póstuma El primer hombre, inconclusa aunque publicada en 1994, el personaje de Jacques descubre en el recreo su amor por este bello juego.
Jamás dudó en reconocer la importancia del fútbol en su vida, cuando sus contemporáneos lo veían como un elemento alienante y salvaje de la sociedad. Posteriormente autores de la relevancia de Kundera y Umberto Eco han confirmado la fuerza de esta atracción. Incluso el filósofo y científico Edgar Morin reconoció que en 1998 anuló todas sus citas para dedicarse en cuerpo y alma a ver todos los partidos de la Copa del Mundo. Sin duda, Camus habría celebrado como el que más la victoria francesa en aquel mundial, aquella selección liderada por descendientes de sus compañeros de colegio. Qué habría dicho si hubiera visto jugar a Zidane majestuosamente surgido de alguna de sus novelas ambientadas en Orán o Argel.
El mundo de la cultura durante mucho tiempo ha querido mantenerse inmaculado ante la presencia de esta pulsión social. Tanto el fútbol como, en otras ocasiones, la tauromaquia han sido victimas de modas pasajeras que los han despreciado o ensalzado con igual entusiasmo que el expresado ante una ideología o una corriente artística.
España no se ha mantenido ajena a esta bipolaridad y tan sólo Vázquez Montalbán tuvo el valor de defender la trascendencia y la belleza de este juego cuando ningún intelectual de izquierdas lo hacía. Unos meses antes de morir, Camus recordaba con pena cómo en su adolescencia la tuberculosis decidió su destino literario sin preguntar. Charles Poncet, amigo y confesor, le preguntaría en una ocasión qué habría escogido en el caso de haber tenido la oportunidad: fútbol o teatro. "El fútbol, sin duda", contestó.