Por John Wyatt
Una historia así sólo podría acontecer en Argentina. Su particular forma de entender la vida y el fútbol hace brotar de la hierba anécdotas inverosímiles, visceralidades incomprensibles, teatralidad demagógica y personajes irrepetibles en las canchas de juego. Uno de los más extremos, uno de esos casos que uno se llevaría a una isla desierta, es el de Darío Dubois, un central con el pelo largo, no demasiado alto, ni demasiado fuerte, ni demasiado rápido, pero tan grillado como para maquillarse la cara al estilo Kiss (aquel grupo metalero de payasos oscuros y guitarras con forma de rayo) y encima presumir de ello. Si alguien le preguntaba cómo se definía, él lo tenía claro: “Soy un laburante del fútbol".
El zaguero central, un trotamundos que peregrinó por los equipos Yupanqui, Lugano, Ferro Carril Midland, Deportivo Laferrere, Deportivo Riestra, Cañuelas, Deportivo Paraguayo y Victoriano Arenas, entre otros, encontró la muerte joven, como muchos de sus héroes rockeros. A los 37 años de edad (ahora se cumple un año de su fallecimiento) dos tipos le dispararon varios tiros a la salida de una sala de conciertos de la localidad de Isidro Casanova, donde el fulano sobrevivía haciendo horas como técnico de sonido y montador de conciertos. La Policía no se pone de acuerdo sobre las razones del ataque. Como no tenía un duro, la teoría del robo se diluye y gana fuerza la más que probable venganza de un marido cornudo.
Nunca jugó en un grande. Lo suyo eran los conjuntos que viven al filo, esos que suben y bajan año tras año, los llamados equipos ascensor. Se sabía un jugador del montón, por eso quiso destacar, llamar la atención de los rivales, meterles miedo. Un día de clásico entre el Midland y Argentino de Merlo se le ocurrió, escuchando a Kiss, una de sus bandas favoritas, pintarse la cara como su cantante. Un periodista le preguntó al final del partido qué opinaban sus compañeros de eso de maquillarse: “Ellos lo toman con humor. En cambio, los rivales me deliran a dos manos. Algunos hasta se asustan. A mi me da polenta. Te pintás, salís para guerrear y los matás a los rivales”. Como el partido lo ganaron, le cogió gusto y repitió varias semanas hasta que se lo prohibieron.
Se trata de una argentinada, sí, pero de las gordas. El tipo, en su locura, no era ningún impostor. Como los equipos para los que jugaba estaban tiesos y no siempre cobraba, el se tapaba la publicidad de la camiseta con cinta negra hasta que no veía la guita. Y hay que reconocer que daba titulares. Esta entrevista la publicó en el Diario Olé de Buenos Aires:
-¿No te gusta el fútbol?
-No me gusta jugar. Lo hago porque es muy competitivo y me entreno mucho. No como carne roja, no fumo, no tomo alcohol ni drogas. Nunca lo hice. Además, la poca plata que gano me ayuda. Mi posición económica es desastrosa.
-¿Y cuando dejes de jugar?
-Me gusta el golf, pero no tengo filo (se ríe). Vivo mi presente de músico (tiene una banda y toca en pubs) y futbolista. Si mañana tengo que trabajar de gay en un puterío, lo voy a hacer.
-¿Sos homosexual?
-Está abierto a que todos piensen lo que quieran. Yo sé muy bien lo que hago con mi cuerpo.
-¿Cómo te definirías?
-Un payaso que se pinta la cara, pero que se mata por la camiseta.
En su trayectoria, jalonada de anécdotas, destaca una: jugando en Belgrano contra Excursionistas el árbitro, que ya había expulsado a dos compañeros, le enseñó la segunda amarilla. Cuando echó mano al bolsillo y sacó la tarjeta, se le cayó un billete de 500 pesos. Dubois, creyéndose estafado por un colegiado que los estaba machacando, pensó que ese dinero había servido para comprar al de negro. Se agachó, cogió el billete y echó a correr. El árbitro, torpe y panzón, salió detrás de él. Al final tuvo mala conciencia y le devolvió la plata.
jueves, 23 de abril de 2009
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