Por Miguel Bujalance
En la escena, el alcalde de Viena y Gobrig, íntimo amigo del jugador, discuten sobre la necesidad de hacer un funeral de Estado al mejor futbolista del país. El alcalde se muestra temeroso, es consciente que el nuevo régimen niega la concesión de tal honor a los suicidas y a las víctimas de un crimen. Finalmente interviene el inspector de distrito, nazi convencido y a la vez admirador del hombre conocido como el Mozart del fútbol. Se compromete a cambiar el informe y certificar que la muerte se ha producido por intoxicación de monóxido de carbono debido a la mala combustión de la estufa.
El pacto se sella con un apretón de manos. Un día después, pese al miedo popular, 20.000 personas despiden en procesión el féretro de Mathias Sindelar. Ninguno de los asistentes sabe que en un informe de la Gestapo, el delantero aparece como "sujeto peligroso, de origen checo y ascendencia judía, además de simpatizante de la socialdemocracia". Sindelar logró en su carrera más de 600 goles con el Austria de Viena y lideró al Wunderteam (equipo maravilla) en el mundial de 1934, en el que serían derrotados por Italia en una polémica semifinal.
Su carisma social y la elegancia del juego que practicaba convirtieron al vienés en una de las primeras estrellas que ejerció como tal. Sus juergas eran famosas y su amor por un país que se evaporaba le hizo regatear al propio Hitler en un partido propagandístico. El nazismo preparaba su asalto al Mundial de 1938 tras su desastroso papel en los Juegos de Berlín. Sin embargo, Sindelar no perdonaría jamás el fin del Wunderteam y participó con Austria en un encuentro que debía demostrar que Alemania era un equipo superior. Tenía 35 años y su estado físico era lamentable.
Cuentan las crónicas que en el primer tiempo, Austria pudo golear y que Sindelar falló varias ocasiones claras. El partido se suponía amañado, pero Sindelar quería despedirse a su manera. En la segunda mitad, todo cambió. Sus regates ridiculizaron a la defensa germana e incluso se atrevió a marcar de vaselina. Pero su sentencia futbolística estaba sellada, cuando Austria marcó el segundo gol. Instantes después, Sindelar y un compañero comenzaron a bailar de alegría delante del palco de autoridades. Desde entonces, los halagos y los incentivos para jugar con Alemania se trasformaron en presiones, pero el hombre de papel, aquel ligero como el viento, no cedió.
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