martes, 23 de junio de 2009

Los amigos de Petr


Por Víctor Enciso
Hoy hace nueve años que murió Petr Dubovsky. Parecen nueve siglos o nueve segundos, porque llevamos una eternidad sin una zurda tímida tan sugerente como la suya y sólo nos hace falta un instante para recordarla.

Reconozco que haber aplaudido in situ su última jugada en el Tartiere tres semanas antes de que su muerte se llevara en cascada tantas cosas imprime memoria. Fue ante la Real Sociedad, una semana después de que un gol suyo en Vallecas salvara matemáticamente al Oviedín de un descenso que aún no hemos remontado.

Se fue del campo entre opiniones divididas, aquella forma de causar debate hasta el último toque. Y es que Dubovsky era un polemista involuntario, uno de esos futbolistas con intermitencias que hacen de este deporte una imperfección bendita.

Había tardes suyas para el arrastre y días que nos duraban una semana. Pero hasta en las primeras se guardaba un pellizco de talento para dejarnos cenar en paz. Siempre nos regaló un pase interior, un regate, un amague, una pared y hasta un disparo de fuerza masiva, lo único que le perdonaban sus críticos. Y los goles, claro, ese precio que tienen que pagar de vez en cuando los genios que andan ocupados en asuntos de más trascendencia.

Petr llegó a Madrid en 1993 de la mano de sus números en el Slovan de Bratislava, máximo goleador del equipo en las dos temporadas anteriores, y de su sitio en la selección checoslovaca, primero, y eslovaca, después, donde empezaban a escribir su nombre cuando los días importantes.

Vino como delantero, pero el fútbol le enseñaría después lugares más interesantes. Le pedían goles, pero él se empeñaba en otras cosas. Recuerdo que en su primer o segundo partido dio un pase de gol a Butragueño sacándose de encima a dos defensas con un taconazo que pasó por entre los pies de uno de ellos. El Madrid jugaba en un tal El Sadar, pero no hubo ira de grada que no enmudeciera por un momento ante lo que acababa de ver.

Un fijo... en la grada

Sin embargo, su etapa madridista fue un desastre. Hay una anécdota, que se repitió bastantes veces, que resume su calvario.

Cada día, cuando terminaba el entrenamiento, Valdano y Cappa se reunían para hablar de cómo habían visto a los jugadores. Los lunes siempre decían que el partido del domingo lo jugarían Dubovsky y 10 más. Les maravillaba su capacidad técnica, el atrevimiento para inventar, los apoyos que creaba, la tendencia al toque y al pase al hueco y su golpeo con la zurda, «el mejor disparo que he visto nunca en un jugador a mis órdenes», como me contó una vez Juanma Lillo.

Cuando terminaba la sesión del martes, Cappa y Valdano apuntaban el nombre de Dubovsky junto a algunos otros para el domingo. Cuando terminaba la del miércoles, coincidían en haber visto a Petr un poco más flojo. Cuando terminaba la del jueves, se rascaban la cabeza ante el bajón del chico. Y cuando terminaba la del viernes, ni lo incluían en la convocatoria. Eso pasaba casi siempre... si el Madrid jugaba en casa.

Y es que Dubovsky nunca pudo con el Bernabéu, ese templo presuntamente entendido de fútbol que ha pitado a Velázquez, Del Bosque, Schuster, Martín Vázquez, Redondo o Guti, por poner algunos ejemplos para el rubor histórico de sus censores.

Al Bernabéu, el mismo que ha aplaudido las hostias de Benito, los cabestrillos de Pirri, las pulmonadas de Chendo, la presión de Raúl, las recuperaciones de Makelele o la demagogia de Ramos, no le pareció eficaz la inconstancia estética de Dubovsky y se lo pasó en grande con las carreras de Amavisca, utilitaristamente alienado todo el año.

Cada toque de Petr era sometido a la sospecha, y eso le desgastó tanto por dentro que decidió cerrar la blancura de Chamartín en dos temporadas.

El equipo de su vida

Y en eso se cruzó el Real Oviedo. Petr se dejó crecer el pelo para cambiar y el permiso para fallar. Y cuanto más permiso tenía, menos fallaba.

Todo lo que pasaba por él crecía alrededor del toque y la inteligencia. O al menos de su intento. Levantaba la cabeza para jugar y la agachaba para recibir aplausos, un colmo de timidez en medio de tantas luces.

En las pocas imágenes que quedan de él, nunca veréis sus asistencias, ni los regates, ni el juego retrasado hacia la media punta, donde nos hizo tan felices. Saldrán los goles. Y hasta de penalti, ese castigo con el que, el gran Bochini (perdón si no era él, pero creo que sí) decía que no se podía ganar un partido.

Pero como Petr también metió goles, a los amantes de lo concreto y lo medible les diremos aquí que el inconstante marcó al Extremadura y al Rayo los tantos que dejaron al Oviedo en Primera. Los demás nos quedamos también con aquella escultura que amasó la noche de la ida de la Promoción contra Las Palmas, uno de los mejores partidos de fútbol de la historia del viejo Tartiere.

Lillo y Vázquez se fiaron de él. Brzic, Tabárez y el otro Luis Aragonés (el del contragolpe y el ruido), no. Peor para ellos. Y para el fútbol.

Dubovsky era un buen tipo. Si te invitaba a comer y no ibas pensaba que había sido culpa suya. Una vez le hice una entrevista que no se publicó y me dijo que le siguiera llamando siempre.

Pues lo hago.

Vuelve un ratín, Petr.

7 comentarios:

  1. Buenisimo el articulo. Dubo siempre presente!

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  2. Se me pone la carne de gallina leyendo tu texto.
    Gracias Victor por recordarme que el fútbol existió alguna vez, cuando me emocionaba viendo a Petr como leyendote a ti.
    Siempre Dubo, siempre Oviedo.

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  3. Su conduccion de balon en carrera fue algo inigualable, la llevaba cosida al tobillo y nunca sabias si te iba a salir con regate, pase o tiro a puerta y es que de recursos iba sobrado.
    Dubo Magico

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  4. Felicidades por el post.
    El otro día fue Escobar. Ayer, Dubo.
    Que la memoria de ambos permanezca siempre viva.

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  5. Texto escrito por la zurda del propio dubo, vive dios! Si es que, pensándolo bien, hasta lo de la cascada fue un poco genial...

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  6. GRANDE DUBO!!!
    Siempre en nuestros corazones y en nuestra cabeza,siempre habrá una camiseta para ti.

    Muy bueno el articulo.

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